domingo, 17 de enero de 2010

EL MAPA DE LA VIDA ETERNA


Me costó entender lo que pasaba, pero mucho más me costó asumirlo.
Todo empezó rutinariamente, incluso con un dejo de fastidio por mi parte, ya que siempre ocurría lo mismo cuando me tocaban las vacaciones… un imprevisto me regresaba a la clínica a atender algún paciente que sufría una emergencia u ocurría algún tipo de catástrofe cósmica que nos requería a todos l0os médicos disponibles.
Me cuesta ordenar los sucesos, sólo recuerdo que estaba en mi cabaña de la sierra cuando sonó el teléfono. Maldiciendo interiormente atendí y el director me notificó de un derrumbe producido cerca de donde estaba yo. Era realmente un desastre, ya que había cientos de heridos y, como ya había imaginado, hacían falta todos los médicos disponibles.
Subí a la camioneta y me lancé a la carretera sin ningún cuidado, era tanta la bronca que tenía por tener que suspender mis vacaciones. Tal vez lo que ocurrió después se explica con eso; y con la cantidad de alcohol que había tomado, pensando hasta ese momento que podía disfrutar en mi descanso de un poco de “falta de responsabilidad”.
La cuestión es que en algún momento perdí la consciencia, despertando más tarde en una camilla de la sala de guardia de la clínica donde trabajo.
Era un milagro que hubiera llegado hasta allá, con la borrachera que tenía y la forma en que manejé. Había perdido los recuerdos relativos al viaje.
Seguramente el director estaría furioso conmigo, ya que ni siquiera se dignó a hablarme. En lugar de eso envió a otra persona, a quién yo no conocía y que supuse alguno de sus secretarios. Eso no me sorprendió, pero lo que sí me llamó la atención (después, porque en ese momento me sentía avergonzado y me costaba pensar con claridad) fue el discurso que me mandó:
- Parece mentira, alguien que debería vivir para salvar vidas, llegar en la forma en que lo hizo… pero bueno, el hecho es que ahora está acá y tiene una consigna que cumplir. Entienda que es un caso de vida o muerte y, si quiere conservar alguna esperanza, es mejor que siga las instrucciones al pie de la letra.
Por supuesto no me atreví a discutir. Recibí de manos del tipo un mapa que me guiaría a cumplir mi misión de salvataje de otras vidas. Luego tendría tiempo de meditar en lo que a continuación me dijo:
- Usted, como la mayoría de los médicos, discute la existencia de Dios. Por eso llegó en la forma en que lo hizo y, debido a ello, se le encarga este trabajo. Ahora su alma está en juego y depende de que rescate a esta persona. Entienda que es una cuestión de vida o muerte; mucho más allá de lo que pueda suponer en este momento… Siga, sin ninguna distracción, las indicaciones de este mapa. Le va a parecer extraño, pero en él tiene usted su última esperanza.
Subí al auto echando putas… ¿Quién se creía ese tipo para amenazarme de esa forma?, además, parecía un fanático religioso; de esos que no pierden ocasión de hacerlo a uno sentir culpable de estar vivo, y luego hablar de Dios hasta por los codos.
Pero una cosa era clara… había seres humanos en peligro de muerte y era mi trabajo rescatarlos y curarlos.
Miré el mapa y éste marcaba un punto de salida (la clínica) y un punto de destino, aproximadamente donde se produjo el derrumbe hacía el que yo iba. Me extraño ver que en ese punto había una anotación – Debería estar ahí.
Cuando llegué al lugar vi que mi presencia ya era inútil, pues todo había pasado. Había cientos de cadáveres embolsados y los pocos sobrevivientes estaban en manos de otros médicos y paramédicos. Tal vez, si yo hubiera llegado antes, se podrían haber salvado algunos más. tal vez, si yo no hubiera estado tan borracho, al punto de tener que “tomarme una siestita” en la camilla de la clínica.
Maldiciéndome a mí mismo regresé al coche, pensando en que excusas iba a darle al director, cuando sonó el teléfono. El mensaje fue breve pero contundente
- Ya vio lo que pasó por su irresponsabilidad. Ahora debe reparar su error; siga el mapa.
Al principio no lo entendí; creyendo que era una broma de mal gusto, pensé en volver a la clínica y presentar mi renuncia. Fue entonces que vi el mapa y me llamó la atención un mensaje escrito en uno de los dobleces. –Vida o muerte, tú decides.- Podría jurar que eso no había estado antes, pero la cuestión es que estaba.
Abrí el mapa y descubrí que había cambiado. El punto de origen ahora era donde yo estaba, con la anotación “Culpa”; y el nuevo destino se marcaba con la palabra “Perdón”.
Seguí las instrucciones hasta llegar a la casa de una familia pobre, cuyo hijo se encontraba agonizante. Ellos no tenían obra social ni medios para pagar la operación necesaria para salvar su vida. Verlo y compadecerme fue la misma cosa. Lo operé allí mismo, salvando su vida y la pobre economía de su familia. Al irme de ahí me sentí aliviado, como si hubiera pagado parte de una deuda.
Pensando que mi trabajo había terminado, quise encender el coche para dirigirme al bar más cercano a tomar un par de cervezas, pero el coche no arrancó.
Maldiciendo por mi mala suerte, regresé a lo de mi paciente a pedir ayuda, pero por más que golpeé la puerta, nadie atendió, como si no me oyeran, o yo no estuviera ahí. Considerando que eran unos desagradecidos, volví al coche con la idea de llamar al auxilio mecánico desde el celular, pero éste me comunicó, con esa impersonal y fría voz, que estaba fuera de servicio. Bajé del coche dando un portazo y empecé a hacer señas a los que pasaban, pero nadie parecía verme.
Al fin, decidí consultar el mapa, a ver si tenía alguna información que pudiera serme útil y me aterroricé al ver que una vez más, había cambiado mi ruta y las instrucciones. Ahora mostraba un punto con una cruz y un círculo rojo con la palabra “Bar”. Al lado una indicación - Si te distraes, el paciente muere.
Pensé que era una broma de pésimo gusto. ¿Quién podría pensar que un mapa cambiara solo?. Imaginé que alguien me seguía y, aprovechando mis momentos de distracción, iba cambiando un mapa por otro. Entonces para mi sorpresa, sonó el teléfono.
Lo atendí dispuesto a mandar al demonio a quien quiera que fuera; pero éste no me dio tiempo. Una voz, que me sonó conocida, me dijo tajante - No es ninguna broma. Siga el mapa y no se distraiga, luego entenderá.
Con temor, observé el mapa y noté que nuevamente había cambiado. Esta vez no había lugar a dudas. Yo estaba a diez centímetros, y nadie pudo hacerme ninguna broma. Decidí entonces, con un escalofrío en la espalda, seguir las instrucciones al pie de la letra, pasara lo que pasara. Y apenas tomé esa decisión, el auto arrancó solo.
Esa fue una noche larga, muy larga. Siguiendo el dichoso mapa, que a cada momento iba cambiando, llevándome de aquí para allá, urgiéndome con sus consignas de que de mí dependía la vida o muerte de “mi” paciente, fui por todos lados salvando vidas a un ritmo que me hizo pensar que yo era el único médico sobre la tierra. ¿Acaso no había otro que estuviera más cerca de donde había que ir, o era tan catastrófica la situación que todos estaban haciendo lo mismo?.
Al fin, cuando ya no daba más, sonó nuevamente el teléfono y al atender escuché la voz conocida, que en un tono que noté más amable
- Lamento comunicarle que el paciente ha fallecido, pero gracias a usted, tiene la vida. Ahora tómese un descanso y medite sobre todo lo ocurrido, luego, regrese a la clínica, que tenemos que hablar.
A esa altura ya nada me extrañaba. “El paciente ha fallecido, pero tiene la vida”, eso tenía connotaciones de tipo religioso, como todos los mensajes que había ido leyendo en el mapa. En cada misión habían aparecido consignas como “Culpa”, “Perdón”, “Resentimiento”, “Arrepentimiento”, “Duda”, “Fe”, etcétera. No entendía nada, decidí echarle otra ojeada al misterioso mapa, y esta vez mostraba todo mi recorrido de aquella noche. Eran claramente doce puntos que, alineados, formaban una cruz. El primero y último, que cerraba el circuito, mostraba la leyenda “Vida eterna”.
Recordé la primera consigna, “Debería estar ahí”, y luego “Culpa”. También recordé las palabras del que supuse secretario del director, “Alguien que debería vivir para salvar vidas, llegar en la forma que lo hizo”. Lo que no podía recordar, era de que forma había llegado a la clínica.
Decidido a terminar con todo esto, emprendí el camino hacía la clínica, lo cual significaba cerrar el circuito de la cruz. Al llegar noté con extrañeza que nadie me saludaba. Peor aún, ni siquiera parecían notar mi presencia. Fue entonces que me encontré con el “secretario”, que fue el único que parecía verme. Me miró, profundamente a los ojos, y dijo:
- Aún no entiende, ¿verdad?. Lo que hizo esta noche ha sido salvar la vida eterna de un hombre… Alguien que tenía que salvar vidas, pero por su irresponsabilidad, en lugar de eso generó un accidente que costó la vida de varios estudiantes que se hallaban de excursión por la sierra.
Inexplicablemente, me sentí culpable por lo que estaba diciendo. Evidentemente mi paciente había sido un médico, alguien que, como yo, había cometido un acto de imprudencia.
El me dijo - No es lo que piensa, fue usted.
Contesté que eso no era posible, puesto que yo ahí estaba, y me había pasado la noche salvando vidas.
No dijo nada, sólo me hizo una seña para que lo siguiera y, haciéndolo, llegamos a la morgue donde había, uno al lado del otro, trece cadáveres. Doce pertenecían a estudiantes que iban en un micro por la sierra, cuando un médico imprudente los había chocado con su camioneta, enviándolos hacia el fondo del barranco.
Antes de mirar al número trece, recordé que yo había, debido a mi borrachera, perdido la consciencia. Por algún motivo supe que ese cadáver me iba a resultar muy conocido. ¿Cómo había llegado yo a la clínica?. En una ambulancia, luego de haber chocado y muerto con ellos.
- Es cierto – me dijo mi amigo – en el momento de perder la consciencia, perdió el control del auto y produjo el accidente. Teniendo en cuente la cantidad de vidas que ha salvado, se le dio loa oportunidad de salvar su alma, reparando con otras vidas las que con su irresponsabilidad quito. El mapa lo9 llevó hasta personas que hubieran muerto por falta de atención médica y, al salvarlas, pagó usted su deuda, ganando paras sí mismo la vida eterna.
Ahora voy en camino directo a mi destino final, donde sé que, por fin, podré descansar en paz.
No sé dónde queda, ni cómo es el lugar. Sólo sé que debo seguir la ruta que me indica este mapa, el mapa de la vida eterna.

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